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ROMANTICISMO
AURA O LAS VIOLETAS (fragmento)
Descorrer el velo tembloroso con que el tiempo oculta a nuestros ojos aquellos parajes encantados de la niñez; aspirar las brisas embalsamadas de las playas de la adolescencia; recorrer con el alma aquella senda de flores, iluminada primero por los ojos cariñosos de la madre, y luego por las miradas ardientes de la mujer amada; traer al recuerdo las primeras tempestades del corazón, las primeras borrascas del pensamiento, los primeros suspiros y las primeras lágrimas de la pasión, es un consuelo y un alivio en la adversidad; parece que el alma desfallecida se rejuvenece con aquellas brisas, el corazón se vuelve a abrir a los reflejos de aquel sol purísimo, la imaginación vuelve a adornarse con el espléndido follaje de aquella primavera inmortal; ¡primer amor! ¡encanto de la vida, alborada de la felicidad, los rayos de tu luz no mueren nunca! ¡corona encantadora de la niñez, formada con las primeras flores que brota el alma, acariciada por los hálitos de la inocencia!... el tiempo os marchita, y descolora después, pero las hojas mustias de vuestras flores, los rayos amortecidos de aquella aurora, las claridades de aquella edad en que vaga aérea y vaporosa la imagen de una mujer, envuelta entre las gasas de la infancia; aquellos recuerdos y aquella historia, son la más bella herencia de la vida. páginas de la adolescencia, recuerdos de la cándida mañana de la vida, cánticos melodiosos de aquel himno, murmullos de aquella edad bendita, ¡cuán gratos sois al corazón herido! vosotros traéis al alma recuerdas del nativo campo, brisas del huerto paterno, rumores de sus ríos, perfumes de sus bosques, voces queridas, imágenes amadas y besos de la madre enviados en las alas de la tarde; ¡vosotros despertáis al corazón! ¡benditos seáis!
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REALISMO
AVES SIN NIDO (fragmento)
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NATURALISMO
RAYUELA
CAPÍTULO 28 (FRAGMENTO)
La Maga prendió una lámpara y la puso en el suelo, fabricando una especie de Rembrandt que Oliveira encontró apropiado. Vuelta del hijo pródigo, imagen de retorno aunque fuera momentáneo y fugitivo, aunque no supiera bien por qué había vuelto subiendo poco a poco las escaleras y tirándose delante de la puerta para oír desde lejos el final del cuarteto y los murmullos de Ossip y la Maga. «Ya deben
haber hecho el amor como gatos», pensó, mirándolos. Pero no, imposible que hubieran sospechado su regreso esa noche, que estuvieran tan vestidos y con Rocamadour instalado en la cama. Si Rocamadour instalado entre dos sillas, si Gregorovius sin zapatos y en mangas de camisa... Además, qué carajo importaba si el que estaba ahí de sobra era él, chorreando canadiense, hecho una porquería.
—La acústica —dijo Gregorovius—. Qué cosa extraordinaria el sonido que se mete en la materia y trepa por los pisos, pasa de una pared a la cabecera de una cama, es para no creerlo. ¿Ustedes nunca tomaron baños de inmersión?
—A mí me ha ocurrido —dijo Oliveira, tirando la canadiense a un rincón y sentándose en un taburete.
—Se puede oír todo lo que dicen los vecinos de abajo, basta meter la cabeza en el agua y escuchar. Los sonidos se transmiten por los caños, supongo. Una vez, en Glasgow, me enteré de que los vecinos eran trotzkistas.
—Glasgow suena a mal tiempo, a puerto lleno de gente triste —dijo la Maga.
—Demasiado cine —dijo Oliveira—. Pero este mate es como un indulto, che, algo increíblemente conciliatorio.
Madre mía, cuánta agua en los zapatos. Mirá, un mate es como un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo párrafo.
—Ignoraré siempre esas delicias pampeanas —dijo Gregorovius—. Pero también se habló de una bebida, creo.
—Traé la caña —mandó Oliveira—. Yo creo que quedaba más de media botella.
—¿La compran aquí? —preguntó Gregorovius. «¿Por qué diablos habla en plural?», pensó Oliveira. «Seguro que se han revolcado toda la noche, es un signo inequívoco. En fin.»
—No, me la manda mi hermano, che. Tengo un hermano rosarino que es una maravilla. Caña y reproches, todo viene en abundancia.
Le pasó el mate vacío a la Maga, que se había acurrucado a sus pies con la pava entre las rodillas. Empezaba a sentirse bien. Sintió los dedos de la Maga en un tobillo, en los cordones del zapato. Se lo dejó quitar, suspirando. La Maga sacó la media empapada y le envolvió el pie en una hoja doble del Figaro Littéraire. El mate estaba muy caliente y muy amargo.
A Gregorovius le gustó la caña, no era como el barack pero se le parecía. Hubo un catálogo minucioso de bebidas húngaras y checas, algunas nostalgias. Se oía llover bajito, todos estaban tan bien, sobre todo Rocamadour que llevaba más de una hora sin chistar. Gregorovius hablaba de Transilvania, de unas aventuras que había tenido en Salónica. Oliveira se acordó de que en la mesa de luz había un paquete de Gauloises y una zapatillas de abrigo. Tanteando se acercó a la cama. «Desde París cualquier mención de algo que esté más allá de Viena suena a literatura», decía Gregorovius, con la voz del que pide disculpas. Horacio encontró los cigarrillos, abrió la puerta de la mesa de luz para sacar las zapatillas. En la penumbra veía vagamente el perfil de Rocamadour boca arriba. Sin saber demasiado por qué le rozó la frente con un dedo. «Mi madre no se animaba a mencionar la Transilvania, tenía miedo de que la asociaran con historias de vampiros, como si eso... Y el tokay, usted sabe...» De rodillas al lado de la cama, Horacio miró mejor. «Imagínese desde Montevideo», decía la Maga. «Uno cree que la humanidad es una sola cosa, pero cuando se vive del lado del Cerro... ¿El tokay es un pájaro?» «Bueno, en cierto modo.» La reacción natural, en esos casos. A ver: primero... («¿Qué quiere decir en cierto modo? ¿Es un pájaro o no es un pájaro?») Pero no había más que pasar un dedo por los labios, la falta de respuesta.
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Romanticismo
Naturalismo
Realismo



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